Antonio Gil-Nagel, del Hospital Ruber Internacional, explica las opciones terapéuticas frente a la epilepsia.
En dos de cada tres casos de epilepsia, entre la primera crisis y el diagnóstico de la enfermedad pasa casi un año, según datos del estudio Epilive, realizado por la compañía UCB Iberia y que se presentó ayer en Madrid. Antonio Gil-Nagel, del Hospital Ruber Internacional y protagonista de la presentación, ha señalado a Diario Médico algunos de los puntos claves en el abordaje de la patología.
En primer lugar, ha destacado que cuando el paciente acude a la consulta con lo que cree una crisis epiléptica, en muchos casos ésta no es la primera: en el 30 por ciento ya existía un precedente no diagnosticado. Esta dificultad provoca que el profesional pueda confundir los primeros síntomas con problemas psicológicos y parasomnias, entre otros problemas.
Urgencias recibe el 65 por ciento de los casos de primera crisis epiléptica, aunque la atención primaria también forma parte de las especialidades vinculadas con estas crisis iniciales. Gil-Nagel cree que la conclusión final del estudio, y la que deben tomar los profesionales y la sociedad, es que se debe aceptar la incertidumbre en el diagnóstico de la epilepsia.
Pruebas diagnósticas
Una de las soluciones para mejorar el abordaje es tratar de que el neurólogo sea el primer profesional que examine al paciente epiléptico. Si a ello se suma un mejor acceso a los métodos diagnósticos (resonancia y electroencefalogramas), el camino queda aún más allanado.
La epilepsia es una enfermedad con muchos tipos, por lo que clasificarla no es tarea fácil. La clasificación más reconocida está a punto de cumplir 30 años y divide la patología en dos grandes grupos: crisis focales y generales, aunque ambos grupos cuentan con numerosas subdivisiones.
Cuando la propagación de la enfermedad focal es inmediata, se complica aún más poner nombre y apellidos al tipo patológico.
En la epilepsia generalizada, que reúne a los subtipos de ausencia y mioclonía juvenil, entre otros, también se habla de “una clasificación viva a la que se van añadiendo nuevos síndromes, por lo que la tipología se podría en ocasiones hasta tachar de arbitraria”.
¿Mono o biterapia?
Con respecto a los tratamientos, los fármacos antiepilépticos en monoterapia deben ser la primera opción. Cuando esta alternativa no muestra los resultados esperados “se abren dos posibilidades: dar una nueva oportunidad al fármaco en cuestión o iniciar un tratamiento en combinación”. La primera alternativa es la más cómoda y la que puede ofrecer más fiabilidad, ya que aún no se dispone de mucha información sobre las terapias combinadas.
En todo caso, Gil-Nagel cree que los estudios que se conocerán en los próximos años permitirán saber cuál es la mejor opción.
Por el momento, aunque sólo hay datos de ensayos realizados con muy pocos pacientes, y que deben ser refrendados, la biterapia está ganando puntos: “Siempre se ha pensado que la monoterapia era, además de fiable, más segura porque se tolera mejor al presentar menos efectos secundarios. Pero hay pequeños ensayos que están demostrando lo contrario: que la toxicidad es menor en biterapia porque las dosis de cada uno de los fármacos en combinación son más bajas”.
Así, la necesidad de realizar ensayos más completos y con más pacientes está clara. Hasta entonces, el especialista aboga por analizar cada caso en particular y confiar en la decisión individual de cada neurólogo.